martes, 11 de julio de 2017

Renaciendo o envejeciendo, de cualquier modo, más libre.







Desde siempre me atrajo la idea de poder decir lo que pienso sin ningún tipo de miramientos. Pero, ¿Eso sería correcto?

Esa es la gran pregunta, ya queda claro que de hacer lo que más me convenga, no soy capaz. Mi inteligencia no llega a tanto. Y lo que más se me apetece es llamar prepotente al prepotente, tonto al tonto, imbécil al imbécil, ladrón al ladrón, estafador al estafador y así, a toda la fauna de miseria humana.

De pequeño, mi padre me decía que uno tenía que ser capaz de sentarse a la mesa de un rey y en la mesa de un pobre, como un igual. Pero a mí me apetece más, sentarme a la mesa de cualquiera como quien soy... uno inigualable, con infinidad de defectos e innumerables virtudes... bueno, con algunas virtudes.

Me encantaría ser capaz de vencer este miedo a que piensen mal de mí y crean que soy un hombre libre, sin tapujos y sin intereses ocultos. 

Un hombre del renacimiento de la nueva sociedad, donde las cosas se llaman por su nombre y al que hace dice tonterías se le llama tonto.

Donde la prioridad es el interés común y no mi grado de satisfacción, donde la estética de la verdad no sea un atentado al honor o un insulto. Donde la libertad se ejerza con la palabra. Donde la única etiqueta sea "Dice la verdad".